Para practicar la sinceridad hacia los demás es necesario ante todo ser sinceros con nosotros mismos. Tener claro lo que queremos y lo que no queremos nos ahorrará tiempo, evitando que caigamos en situaciones de alto estrés y alto coste emocional. La honestidad, por lo tanto, debe ser una forma de vida.
Escrito y verificado por el psicólogo. ObtenerCrecimientoPersonal.
Última actualización: 15 2021 noviembre
Ser honesto nos ahorra tiempo y limpia las relaciones. Hacer buen uso de la honestidad y la integridad hacia uno mismo, dejando claro lo que permitimos y lo que no queremos que suceda, lo que es correcto y lo que no, facilita la convivencia y evita situaciones embarazosas y nada positivas. Sin embargo, no es tan sencillo hacer uso de la sinceridad.
Confucio dijo que la persona sincera que siempre dice la verdad ya ha construido el camino al cielo. Sin embargo, seamos realistas: muchos de nosotros hemos sido criados para ser justos en todas las circunstancias, para mantener ese respeto cuidadoso por los demás. A menudo hacemos de las pequeñas mentiras nuestro salvavidas, por miedo a ser rechazados o señalados.
Digamos que sà a esa fiesta con los compañeros de trabajo para no quedarnos atrás. Mantenemos amistades que han estado emocionalmente desfasadas durante años por miedo a lastimar a la otra persona. Apoyamos a nuestra pareja en ciertas decisiones sabiendo que no son las adecuadas y lo hacemos para no apagar el entusiasmo de alguien a quien amamos.
Son numerosas las situaciones que se presentan en las que optamos por decir una media mentira o esa media verdad que -aunque movida por buenas intenciones- puede atraer, a la larga, situaciones que son todo menos ventajosas. Ser sinceros (pero sin practicar el sincericidio) deberÃa ser esa rueda recurrente en nuestro propio ego con la que construir una realidad más sana para todos.
La sinceridad puede ser humilde, pero no puede ser servil.
-Lord Byron-
Ser honestos con nosotros mismos
Nada puede encerrar tanta armonÃa como practicar esa forma transparente de comunicación en la que caen las corazas, la falsedad, el miedo y la condescendencia. Hay quienes se jactan de ser siempre correctos y respetuosos, cuando en realidad son expertos en el arte de la hipocresÃa: es decir, fingen sentimientos, conductas o ideas contrarias a las que realmente piensan o sienten.
Son muchos los que van por el mundo sin una lÃnea a seguir. Los que piensan una cosa y dicen otra, los que sienten una realidad concreta y acaban comportándose de forma contraria. Vivir olvidando ciertos pensamientos, deseos, acciones y comunicaciones genera un profundo malestar ya la larga puede propiciar situaciones que provoquen profunda infelicidad.
Estudios de investigación como el realizado por la Universidad del Sur de Dinamarca, dirigida por el Dr. Stephen Rosenbaum, lo dejan claro: la honestidad debe ser una regla en nuestra sociedad. Hacer uso de la sinceridad ahorra costes de todo tipo: afectivos, relacionales, laborales, etc. Es un principio de bienestar para nosotros mismos y para los demás. Pero, ¿cómo se practica la honestidad? ¿Cómo se empieza a darle un buen uso? Aquà hay algunos trucos.
Empieza a ser honesto contigo mismo
Hay voces internas que refuerzan nuestros miedos (dÃselo a tu jefe, a tu amigo, a tu padre o se enfadarán contigo). Hay defensas que levantan verdaderas barricadas que nos impiden decir y hacer lo que realmente queremos. Todos estos universos psicológicos internos no solo nos impiden ser auténticos, sino que también nos dificultan crecer.
Debemos tener esto muy claro: quien quiera ser honesto con los demás, primero debe ser honesto consigo mismo. Y esto requiere entrenar el diálogo interior, de forma sincera y valiente, donde nos preguntemos qué queremos y qué necesitamos.
La mentira o la falta de honestidad te hacen prisionero de la infelicidad
Ser honesto nos ahorra un tiempo precioso. Nos impide, por ejemplo, dedicar tiempo y esfuerzo a personas, actividades o dimensiones que nos alejan de nuestros deseos o valores. Si fuéramos capaces de practicar la verdadera honestidad, ganarÃamos en términos de confianza mutua, porque nada es tan bueno como poder contar con ese consejo o comentario de alguien que, lejos de pretender ser cumplidor o causar una buena impresión, se arriesga a hablarnos desde el fondo de su corazón.
Pero hay otro aspecto a tener en cuenta. La falta de sinceridad nos lleva a proferir mentiras que en poco tiempo requieren otras más grandes para que el castillo de arena se mantenga en pie. El esfuerzo psicológico para evitar el derrumbe de tanta falsedad es inmenso y, en poco tiempo, nos damos cuenta de que esa práctica no es ni útil, ni lógica, ni saludable.
Ser honesto es un acto de valentÃa con grandes beneficios: ¡ponlo en práctica y tu mundo cambiará!
Po Bronson y Ashley Merryman, dos psicólogas en educación infantil, indican en su libro que los niños mienten a sus padres más a menudo de lo que piensas, por una razón muy básica: optan por recurrir a la mentira para hacer felices a sus padres y no defraudar las expectativas que tienen de ellos. Piensan que podrÃan decepcionarlos si les dicen lo que realmente sienten.
En cierto modo, asà comienza esa necesidad frecuente de no ser siempre del todo honesto. Tenemos miedo de poder decepcionar, tenemos miedo de no ser como los demás piensan, nos asusta distanciarnos o perder ciertas relaciones. Sin embargo, es bueno tener en cuenta que al hacer esto en realidad nos estamos traicionando a nosotros mismos.
Ser honesto puede tener algún impacto en la otra persona o generar sorpresa. Sin embargo, a la larga nos impide crear contextos más claros, felices y significativos, compartiendo la vida con alguien a quien queremos. Asà que practiquemos la honestidad.