Todos, en algún momento de nuestra vida, atravesamos la zona del pánico. Entramos en la zona del pánico cuando empujamos nuestros límites demasiado lejos. Cuando estamos ante algo que nos parece peligroso, tanto física como emocionalmente. Cuando nos sentimos obligados a hacer algo que percibimos como ajeno y con lo que no nos identificamos.
Evidentemente, cada persona tiene su propia zona de miedo. Lo que es aceptable para algunos e incluso común para otros puede resultar inaceptable y extraño. Es por eso que hay innumerables ejemplos de la zona de pánico que varían de persona a persona. Si bien alguien puede sentirse en su zona de confort al participar en deportes extremos o cambiar constantemente de pareja, para otra persona la mera perspectiva de estas situaciones puede generar un ataque de pánico en toda regla.
¿Qué es la zona de pánico?
La zona del pánico es un territorio desconocido en el que nos sentimos incómodos porque hemos perdido los referentes que normalmente nos ayudan a orientarnos en el mundo. Suelen suceder cosas en este ámbito que nos confunden, chocan con nuestros valores y expectativas, o son muy difíciles de aceptar. En esta área, las herramientas psicológicas que usamos regularmente ya no son necesarias, por lo que tendemos a sentirnos particularmente desamparados, desorientados e indefensos.
Las sensaciones que genera la zona de pánico
Cuando entramos en la zona del pánico, experimentamos sensaciones desagradables. Podemos sentir que estamos perdiendo el control porque los patrones mentales que usamos para comprender el mundo y darle sentido ya no explican lo que está sucediendo.
Estar sin puntos cardinales genera una fuerte ansiedad que en ocasiones roza el pánico. No es extraño, porque la incertidumbre que suele traer esta zona puede hacerte temer lo peor, generando esa sensación de aprensión generalizada que acompaña a la ansiedad.
Otro sentimiento común en la zona del pánico es la vulnerabilidad. Nos sentimos particularmente frágiles porque los conocimientos y habilidades que hemos adquirido y en los que confiamos para avanzar ya no son tan efectivos para resolver los nuevos desafíos que se nos presentan.
Nos damos cuenta de que no contamos con las herramientas necesarias o que no pueden garantizarnos buenos resultados. Esto nos vuelve inseguros. Por tanto, en la zona del pánico tenemos la sensación de caminar sobre un cristal que puede romperse en cualquier momento y hacernos daño.
Las posibilidades ocultas detrás de lo que nos asusta
En un mundo ideal, pasaríamos de nuestra zona de confort a la zona de crecimiento o zona mágica, evitando por completo la zona de pánico. Pero no vivimos en un mundo ideal y las cosas no siempre salen según lo planeado. A veces, por una decisión equivocada o por casualidad, nos encontramos inmersos en la zona del pánico.
La mayoría de los psicólogos advierten que pueden suceder cosas terribles en la zona del pánico, pero no siempre tiene que ser así. En esta área también podemos aprender. De hecho, la zona de pánico puede convertirse en una especie de "zona de aprendizaje acelerado". Como se puede ver en la figura siguiente, incluso en la zona de pánico ocurren experiencias de alto desempeño que pueden ser comparables, hasta cierto punto, con las que ocurren en la zona de aprendizaje.
Es cierto que la zona del pánico nos pone contra las cuerdas, pero circunstancias extremas pueden sacar nuestra mejor versión. Cal Newport, profesor de la Universidad de Georgetown, descubrió que muchos de sus estudiantes mejoraron inmediatamente después de tener hijos. Es paradójico, porque los niños tardan mucho tiempo, por lo que debe haber sido más difícil para los nuevos padres tener éxito académico.
Sin embargo, muchas veces las dificultades que traen consigo los nuevos desafíos nos obligan a tomar algunas cosas más en serio y hacer nuestro mejor esfuerzo haciendo nuestro mejor esfuerzo. Entonces, lo que inicialmente puede ser un ejemplo de una zona de pánico se convierte en una zona mágica o de aprendizaje.
Esta área también nos enseña más sobre nosotros mismos. Cuando todo está bien y la vida sigue como siempre, normalmente no hacemos mucha introspección. Pero cuando las cosas van mal, nos vemos obligados a mirar hacia adentro. Nos preguntamos dónde nos equivocamos o qué debemos cambiar.
La zona de pánico, por tanto, nos enfrenta a nuestros puntos débiles. Nos muestra nuestras limitaciones y nos enseña que somos vulnerables y frágiles. Esa enseñanza es sumamente valiosa porque es la vulnerabilidad la que nos hace más humanos, sensibles y empáticos.
¿Cómo salir de la zona de pánico?
Vivir en un estado de pánico y ansiedad no es agradable ni recomendable. Por tanto, debemos asegurarnos de trasladarnos lo antes posible a la zona mágica, aquella donde se produce el aprendizaje y el crecimiento. Para salir de la zona del pánico, la herramienta más valiosa a nuestra disposición es la aceptación radical.
En lugar de negar nuestros problemas o dificultades, debemos reconocer que hemos llegado a un punto en el que nos sentimos abrumados. Cuando luchamos contra algo, solemos generar una fuerza contraria que nos golpea con mayor intensidad. Cuando aprendemos a fluir, aprovechamos esa fuerza a nuestro favor.
En la zona del pánico es normal que nos sintamos desmotivados o incluso paralizados. Necesitamos aprovechar las repentinas explosiones de energía que alimentan la ansiedad, como explica el psicólogo Robert Kriegel. En esos momentos tenemos que tomar medidas para salir de la zona del pánico, ya sea poniendo fin a una relación tóxica, alejándonos de un entorno poco saludable por un tiempo o pausando un proyecto que nos ha sobrepasado para desarrollar una nueva perspectiva.
La zona del pánico, como todo en la vida, es una fase por la que pasamos. No es ni bueno ni malo en sí mismo. Todo depende de cuánto tiempo estemos allí y de la actitud con la que afrontemos esta fase.