La muerte de un padre: ¿cómo afrontarla?

La muerte de un padre: ¿cómo afrontarla?

No importa si la relación fue buena, mala o prácticamente inexistente. La muerte de un padre perturba nuestro mundo interior. Si podemos afrontarlo de forma saludable, puede ser un evento que nos ayude a crecer.

La muerte de un padre: ¿cómo afrontarla?

Última actualización: 23 de abril de 2021

La muerte de un padre es uno de los momentos más complejos en la vida de una persona. No importa la edad que tengamos o lo buena o mala que haya sido la relación. Incluso un padre distante o ausente deja un profundo vacío que nos hace experimentar una serie de sentimientos y emociones difíciles de procesar y gestionar.



La muerte de un padre nos obliga a reposicionarnos mentalmente en el mundo. Durante algún tiempo, nuestro lugar en el mundo ya no estará bien definido. Además, también debemos cambiar la percepción que tenemos de nosotros mismos. Después de la pérdida, nunca volveremos a ser los mismos.

Aunque tenemos una relación más cercana con nuestra madre, lo cierto es que la figura del padre también es decisiva. Incluso cuando el padre no está cerca, podemos sentir su presencia. Es guía y protector, aunque en realidad no lo sea. Nuestra mente le ha dado ese papel sin darnos cuenta.

“Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta su interminable canción día y noche”.

-Rabindranath Tagore-

La muerte de un padre cambia nuestra identidad

Nos convertimos en personas diferentes cuando perdemos a un padre, no importa si tenemos 30, 40 o 50 años cuando se produce la pérdida. Cuando nuestros padres están vivos, una parte de nosotros permanece ligada a nuestra infancia. Sentimos que nuestra vida está dirigida por otro ser.



Con la muerte de un padre, es como si se produjera un pequeño terremoto para nuestra identidad. Aquí depende de nosotros liderar a las generaciones futuras. Esto asusta y provoca un sentimiento de soledad.

Por lo tanto, se inicia un proceso de construcción de una nueva identidad. Esto no sucede automáticamente o sin sufrimiento. Necesitamos construir una nueva perspectiva de nosotros mismos y encontrar un nuevo lugar en la vida de los demás. Cuando uno de los padres muere, es como si hubiéramos perdido un ancla. Durante un tiempo viviremos como si estuviéramos a la deriva.

Nostalgia por lo que nunca ha sido

Nunca tendremos otro padre, la pérdida es irreversible. Habiendo tenido una buena relación o no, no impedirá que sintamos nostalgia por lo que nunca fue. Algo dentro de nosotros no quiere renunciar a los ideales y no acepta lo que ha sucedido.

Si el padre en cuestión era cariñoso y cercano a nosotros, debemos ver todo lo que nos ha dado en perspectiva: sus sacrificios y esfuerzos para hacernos felices. Quizás pensemos que no hemos sido capaces de corresponder adecuadamente esos generosos regalos, que deberíamos haberle dado más amor, más atención o más felicidad.

Si la relación no fue idílica, las cosas se ponen más difíciles. En este caso, lo normal es que las grietas en esa relación empiecen a pesar más. Ya no tenemos la posibilidad de acortar distancias ni de decirle que a pesar de los diferentes puntos de vista lo queremos mucho.

Algo similar sucede en el caso de los padres ausentes. Hoy, a esa ausencia vivida con sufrimiento durante mucho tiempo, se suma la certeza de la ausencia total. Es como si estuviéramos obligados a cerrar un ciclo que en realidad nunca se ha abierto.


El imperativo de avanzar

No importa cuáles sean las circunstancias, la muerte de un padre siempre nos causa dolor. A veces, sin embargo, nos permitirá cambiar de manera positiva. Sin su figura, pueden surgir aspectos de nuestra personalidad que estaban inhibidos por su presencia.



De todas formas, el sufrimiento de la muerte de un padre durará mucho tiempo. A medida que pasen los meses y los años, sin embargo, será más tolerable. Debemos entender que es una fase perfectamente normal; puede que tengamos 50, pero siempre nos dolerá y nos asustará.

La psicóloga Jeanne Safer nos aconseja reflexionar sobre el legado dejado por el progenitor fallecido haciéndonos las siguientes cinco preguntas: “¿Qué me dio?”, “¿Qué quiero guardar de su persona?”, “¿Hay algo que ¿quieres eliminar?”, “¿Me arrepiento de algo que no recibí?”, “¿Qué quise dar y no di?”.


Responder a estas preguntas nos permite identificar los vacíos y lagunas. También nos permite encontrar estrategias adecuadas para abordar las lagunas y deficiencias. Con la muerte de uno de los padres, se abren nuevas posibilidades de crecimiento. Lo más inteligente es aprovecharlo.

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