Dominar los impulsos no es tarea fácil. Es casi como domar una bestia que vive dentro de nosotros. Te explicamos cómo sacar lo mejor de los impulsos antes de que tomen el control.
Última actualización: 07 de mayo de 2020
Hay momentos en que los impulsos nos controlan. Estos surgen de la parte irracional y primitiva que todos tenemos como seres humanos. Podríamos compararlos con un animal feroz que, aunque lo adiestramos, en determinadas situaciones tiende a actuar de forma acorde con su naturaleza, independientemente de que esta acción sea buena para sus intereses o no. De esta manera, los impulsos ponen a prueba nuestro autocontrol.
Los impulsos dominantes se encuentran en la raíz de una multitud de problemas psicológicos.. Podemos nombrar las adicciones como un buen ejemplo, pero los impulsos fuera de control son típicos de otras condiciones como la bulimia o el trastorno límite.
Ser impulsivo hasta cierto punto en nuestra vida es normal. El problema surge cuando este impulso se apodera de nosotros, nos hace perder el norte, nos ciega y nos obliga a actuar en desacuerdo con nuestros valores, metas o creencias.
Una situación similar puede manifestarse en forma de una tensión emocional que es difícil de aliviar, lo que finalmente nos hace sucumbir a sus demandas, nos hace darnos cuenta de lo que no queremos y experimentar un alivio que nos fortalece. Este alivio, sin embargo, es efímero, se evapora rápidamente y provoca casi inevitablemente otro sentimiento mucho más profundo y descorazonador: la culpa y el arrepentimiento.
Después de un tiempo, esta culpa desalentadora puede pasar al olvido, nuestras sombras vuelven a amenazarnos con tomar el control y repetimos el patrón impulsivo que nos gratifica momentáneamente y que nos vuelve a abrumar en el arrepentimiento y en el “no soy capaz, no puedo”. Entramos así en un poderoso círculo vicioso que puede acabar apoderándose de gran parte de nuestra biografía.
¿Dónde surgen los impulsos?
No podemos saber con certeza el origen exacto de los impulsos, pero podemos investigar a cada persona, verificar su historia de vida y atribuirle valores de probabilidad y formular algunas hipótesis.
La genética puede tener un gran impacto. Si nuestros padres son impulsivos, ligeramente neuróticos o emocionales, las posibilidades de que nosotros también heredemos este rasgo de personalidad serán mayores.
Y esta característica no solo se hereda, también podemos aprenderla por imitación. Si vemos que los problemas en el hogar se afrontan con impaciencia e impulsividad, aprenderemos a solucionar las adversidades siguiendo este modus operandi. La buena noticia es que podemos aprender a cambiar lo que se asimila.
Los estudios también nos informan de la deficiencia de serotonina en el cerebro como responsable de la mayor predisposición a la impulsividad. Es por esta razón que los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) son efectivos en el tratamiento de estos trastornos.
En este sentido, sin embargo, hay que tener en cuenta que el tratamiento farmacológico es limitado. Al principio puede ayudar a inhibir nuestros impulsos, pero la acción de los fármacos no nos enseñará alternativas funcionales, desarrollaremos tolerancia y se producirán determinados efectos secundarios.
Parece que ciertas lagunas emocionales en la infancia pueden, hasta cierto punto, ser responsables de nuestra tendencia a sobrecompensar nuestra vida adulta con ciertos impulsos. Cuando revisas las vidas pasadas de personas con impulsos patológicos, pareces seguro deficiencias en términos de disponibilidad, afecto o regulación emocional. Estos "agujeros" quieren ser llenados con una satisfacción inmediata e intensa.
Es entonces cuando podemos caer en las garras de las adicciones emocionales, el alcohol, el juego, las compras compulsivas o desencadenar una discusión por cualquier asunto que pueda poner en duda nuestro valor personal.
¿Cómo podemos actuar cuando los impulsos nos controlan?
Aprender a actuar correctamente cuando los impulsos nos dominan no es tarea fácil. Como ya hemos comentado, en ocasiones se comportan como fieras y ya sabemos que domar una feria no es un asunto baladí. Requiere paciencia, voluntad, pero sobre todo práctica consciente.
A pesar de ello, tener un control total de nuestros impulsos no es realista, por lo que la opción más conveniente es premiarnos por los pequeños éxitos que consigamos con el tiempo.
Tiempo de pensar
El primer paso para poder liberarnos de los impulsos es alejarse de la situación que les favorecía. Cuando salimos de esta situación, aunque sea por sólo 10 o, limitamos la libertad de impulsos, los frenamos.
Los impulsos son de corta duración, aunque muy intensos.. Esta es una ventaja que debemos saber explotar. Cuanto más tiempo pasemos sin darnos cuenta del acto impulsivo, más posibilidades tendremos de resolver correctamente la situación.
Etiqueta cada pulso
Hay que darles el nombre que tienen: “es solo otro de mis impulsos, no necesariamente tengo que hacer lo que me dice”. El secreto es disociar los impulsos de la persona., para que sean vistos como enemigos que nos quieren fastidiar, no como algo que tiene que ver con nosotros.
Centrar los cinco sentidos en otro asunto cuando los impulsos nos controlan
A medida que la tensión emocional pierde su intensidad, es recomendable realizar otra actividad que nos entretenga y mantener nuestras mentes ocupadas. Puedes ir y comprar algo sin importancia, por ejemplo.
Esto nos hará pensar en lo que vamos a comprar, hablar con el dependiente, sacar la cartera, contar el dinero… acciones triviales en las que nos centramos y que nos hacen ganar un tiempo precioso. No conviene cambiar un impulso por otro: salir de la situación de conflicto y ponerse a beber o fumar es cambiar un impulso por otro y esto no es saludable.
Piensa en tus metas y consecuencias
Si escucho el impulso, ¿qué sucede? ¿Me sentiré mejor? ¿Cuánto durará el alivio? ¿Quiero ser una persona incapaz de controlarse a sí misma? ¿Esta actitud está de acuerdo con mis valores? Si tenemos claros nuestros objetivos en la vida y cuáles son nuestros valores, pero estamos haciendo algo que sabemos que choca con ellos, crearemos una disonancia cognitiva en nuestra mente.
Esta disonancia es un estado de ánimo molesto, un "quiero, pero no tengo por qué" y lo mejor es evitar que suceda. Siempre trata de actuar de manera consistente y mantener el ritmo de las metas que te has fijado en la vida..
Solucionar el problema (si lo hay)
Si el problema tiene solución, no estaría de más explorar las posibles alternativas para solucionarlo. Para este propósito, podemos adoptar la técnica de resolución de problemas.
Si el problema es producto de nuestra imaginación y no tiene solución, lo mejor es etiquetarlo como tal y tratar de ignorarlo.
Tolerar la incomodidad cuando los impulsos nos controlan
Contener los impulsos solo es posible si eres capaz de soportar una cierta tensión que no es precisamente agradable. Es por este mismo malestar que los impulsos finalmente nos controlan.
La solución es domarlos, aunque duela, aunque causen ansiedad. La ansiedad o el malestar emocional no son más que emociones producidas por reacciones químicas en el cerebro, pero que no matan ni provocan catástrofes. Cuando aprendamos a controlarlos, nos encontraremos con que tienen una duración corta y que su intensidad se reduce.
Cuando los impulsos nos controlan, es fácil caer en su trampa. Sin embargo, ser consciente de cómo funcionan es el gran paso para gestionar nuestras emociones. Cuando sabemos lo que nos pasa, de dónde viene y cómo podemos controlarlo, lo difícil es mantener el control. Con paciencia y grandes dosis de aceptación del malestar, seremos capaces de superar los impulsos.