Muy a menudo, para no mostrarnos débiles y complacer a los demás, tratamos de mostrarnos fuertes cuando en realidad solo necesitamos estar solos. Labrarse espacios personales nunca debería hacernos sentir culpables.
Última actualización: 16 agosto 2021
Qué lindo sería poder dejar de sonreír cuando no tenemos ganas; decirle al mundo que hoy no queremos salir y que no queremos la compañía de otras personas, que elegimos estar solos o mejor dicho que simplemente preferimos nuestra compañía. Sería genial poder comunicarme sin sentir ese nudo en la garganta y esa sensación extraña en el estómago. En resumen, no se sienta culpable.
Ojalá los demás aceptaran en todo momento lo que queremos y volvieran a nosotros cuando volviéramos a dar muestras de apertura… Sin problemas y sin reproches. A veces merecemos acurrucarnos en nosotros mismos para estar solos, recargar pilas y volver a empezar con más fuerza que antes
A veces los días malos también son necesarios, sobre todo para aprender a valorar los mejores. La magia del contraste puede enseñarnos mucho si le prestamos atención.
Porque no basta con saber que las rosas tienen espinas y que hay que quitarlas: también es necesario saber dónde están y cómo actuar para no hacernos daño.
Puede que nos equivoquemos, pero esa reticencia a hacer cosas y ver a la gente se apodera de nosotros y pensamos que no estamos haciendo nada para ocupar nuestro tiempo. Pero es importante aprender que la calma suele venir despues de la tormenta. La cuestión es que esto no siempre ocurre en las condiciones que nos gustaría.
No te sientas culpable por sentirte incómodo
Sentirse mal es más común de lo que imaginamos. No todo en la vida es perfecto. El problema es que la sociedad ya no nos permite ser débiles e incómodos. Efectivamente, mostrarse así implica de alguna manera sentirse culpable por los juicios y las opiniones de las personas que nos rodean.
Si estamos tristes y no tenemos miedo de decirlo, las personas que nos rodean nos harán sentir "diferentes". Unos nos verán como inválidos, otros nos despreciarán mientras que en otros más despertaremos sentimientos de compasión que harán que acudan en nuestro auxilio para animarnos a salir.
Parece que tolerar la incomodidad de los demás no es tan fácil, ni tan cómodo que es mejor esconderse, aislarse o incluso ignorar lo que sentimos.
Quizás la incomodidad de los demás nos recuerda que nosotros también sentimos lo mismo. Pero en una sociedad que de alguna manera castiga la expresión de debilidad, no es tan fácil aceptarla.
Sin embargo, no hay nada más malo que esconder el malestar y sentirse culpable por ello. Es la ley de la vida. Los días malos existen y no pasa nada si son frecuentes. No duelen tanto como parecen. Su presencia indica que hay algo que necesitamos, por lo que es muy importante escuchar nuestro corazón.
Obligarnos a actuar de forma diferente a lo que nuestro yo interior nos exige, forzar nuestra imagen exterior y ponernos una sonrisa en la cara cuando no surge de nuestro interior, es aún más difícil.
De modo que permitir que nuestro malestar aflore y se exprese ayudará a aliviarlo. Si aceptamos que esto tiene que pasar, sentirnos culpables no será tan fácil.
El mejor refugio somos nosotros mismos
Para los días malos el mejor refugio es el que podemos proporcionarnos nosotros mismos. Ese espacio de soledad pero a la vez de compañía, donde podemos desahogarnos sin sentirnos culpables y ayudarnos a nosotros mismos. Porque de alguna manera estamos ahí para nosotros.
Un lugar donde se nos permite mostrarnos tristes y cansados y tratar de entender lo que nos está pasando. Un lugar para arreglar lo que está roto. Un área prohibida en la que colocar el cartel de cierre por vacaciones, trabajo en curso o cierre anticipado.
emozioni
Somos nuestro refugio interior, el apoyo que nos levanta y el abrazo que nos envuelve. El espacio ideal para dejar fluir el malestar con la única intención de sentirlo y comprenderlo. ¿Por qué también? tomarse un tiempo para uno mismo es necesario y por ello nunca debemos sentirnos culpables.
El mundo seguirá girando, pero mientras tanto habremos aprendido a volver a subirnos al carrusel en cuanto tengamos fuerzas suficientes para hacerlo de nuevo, sin presiones, sin pretensiones y sobre todo sin sentirnos culpables.